lunes, 27 de junio de 2011

Mis primos,las posadas y yo.



11 de diciembre de 1976, 10 pm. En algún lugar del área de comidas del mercado Filiberto Gómez, en Tlalnepantla Estado de México...

Todos corrimos a escondernos, mientras en una esquina recargado contra la pared, Sergio contaba rápidamente, 1, 2, 3, 4, 5,6...

 Las planchas de cemento en el área de comida del mercado nos sirven de “escondite”.  La respiración agitada a veces nos delata  o quizás un primo incomodo. Casi siempre es Rogelio.  Poco nos interesa si de pronto una rata corre entre nuestros pies  o si los charcos de agua hedionda empapan nuestras ropas. Lo importante es divertirnos…

--¡Una, dos, tres por  Margarita que esta atrás del tambo de agua!—Grito Sergio mientras corría nuevamente a la base.

Uno a uno fuimos saliendo de nuestros escondites.  Margarita sujetando la mano de María Luisa, Mario y Rogelio, al último Gerardo y yo.

--¿Por qué mejor no rompemos una piñata?— Grito Margarita mientras no dejaba de brincar y aplaudir.
--¡Si, sí, sí!— Fue la respuesta general  y nos unimos a su singular forma de celebrar…

El mercado  Filiberto Gómez de Tlalnepantla estado de México fue una muestra clara de las tradiciones mexicanas. Tenía para cada época del año una feria comercial  representativa; día de muertos, 10 de mayo, día del amor y la amistad, 2 de febrero, etc.   Los comerciantes de este mercado les llamaban “ferias”.  De estas ferias, la más larga, era la que corresponde al mes de diciembre.  Iniciaba el último martes de noviembre y terminaba el 10 de enero.

A principios de  los años 70´s  cuando comenzaban a armar los locatarios sus puestos sobre las calles alrededor del mercado, era como si se construyera una aldea. Padres e hijos con gran ánimo participaban. Se respiraba un ambiente de armonía absoluta, como si fuéramos una gran familia, ahora que lo pienso,  lo éramos.  Maderas de todo tipo, martillos, serruchos, clavos y láminas de cartón se veían regadas a todo lo largo y ancho de las calles.  El ingenio  de un padre era lo que único que se necesitaba para armar su puesto. Unos metros atrás, las madres, casi todas cargando un bebe,  observaban  y  de vez en cuando conversaban con sus vecinas.

Finalmente como si fuera magia, al amanecer todo estaba listo. Más o menos 300 puestos rodeaban el mercado.  Ahora, hacía falta algo, las mercancías. En cuestión de horas  se surtían  frutas, piñatas,  colaciones, peregrinos, en fin, todo tipo de mercancías de la temporada.  

De pronto, nos re-encontrábamos con nuestros primos que habíamos dejado de ver por un año. Esto era lo más novedoso y divertido.

 Al ser nosotros  unos chiquillos no teníamos muchas responsabilidades, así entonces, teníamos la tarde y parte de la noche libre, toda nuestra.  Los juegos clásicos no se hacían esperar. Las escondidas, el avión, las cebollitas, los encantados, en fin, la imaginación era el límite.

 Una que otra noche nuestros padres nos sorprendían con unos pesos y  corríamos a comprar cohetes. Los favoritos eran los buscapiés, pues una vez quemado  el cartucho, este,  seguía encendido y con el continuábamos encendiendo mas de ellos. Las luces de bengala, con su dificultad para encender, hacían que nuestra ansiedad se desbordara  al momento de ver nacer las “chispitas”,  el festejo no tenía igual, corríamos agitando los brazos en círculos entre risas y gritos.  Los cohetes blancos eran para los “mayores”, te aventaban uno y… a correr.

La verdad ahora que lo pienso esos años  fueron maravillosos.  Fue diversión absoluta.  Diversión sin límites.  Sé que carecimos de bienes materiales, pero nunca de un buen amigo. En mi caso el compañero de mil y un aventuras fue mi hermano Gerardo, apenas un año menor que yo.  Recorrimos el camino de la niñez juntos. Siempre de la mano.

Las jornadas de trabajo en el mercado eran verdaderamente extenuantes, eso sí, siempre a ritmo de “La Sonora Santanera  y Toni Camargo”,
Levantarse a las 4 am y acostarse a las 12 am.  Nos daba mayor margen de diversión. Por las noches se veían oleadas de niños  correr por la calle, entre los pasillos obscuros, brincando montones de basura, saltando charcos y esquivando uno que otro borracho...

Aquella noche de 1976, decidimos adelantar las posadas. Ya teníamos todo listo. Un lazo y una piñata del tamaño de un jarro, unos cuantos dulces, una caña, un tejocote y un par de cacahuates eran suficientes, el resto eran toneladas de imaginación. ...

De pronto, en un suspiro, los niños  se hicieron hombres y las niñas se convirtieron en mujeres.

Hoy las cosas son diferentes. Después de décadas de tradición,  “las ferias” ya no existen.  
Las familias se fueron alejando.  De pronto dejamos de tener contacto entre nosotros,  poco a poco, día tras día y año con año.

 Hoy donde quiera que nos encontremos (los que somos primos) a pesar de la distancia y el tiempo compartimos los  mismos recuerdos de una niñez alegre, limpia y divertida al “ritmo” de las ardillitas de lalo guerrero.

Gerardo estudio ciencias políticas, administración pública e hiso varios post-grados. Hoy  trabaja en el gobierno  municipal de Coacalco.

Margarita  se dedica por completo a su hogar. Difícil labor.

Mario es  Ingeniero químico.  Se graduó e hiso un doctorado en Francia, habla ingles, alemán, francés e  italiano, pero no sabe alburear. Qué pena.

Rogelio tiene una empresa donde confecciona uniformes para corporaciones policíacas.

María Luisa estudio ciencias de la comunicación, trabaja en el “Universum”  y se caso con el escritor Miguel Ángel Hernández Acosta.

Sergio continúo con la tradición y atiende el puesto de sus padres  en el mercado. 

Yo estudie electrónica industrial y por alguna razón nunca termine. Tengo un local frente al mercado, también soy comerciante y a veces en mi tiempo libre escribo historias.

Historias como esta.

Hoy pase por esa área de comidas y le dije a mi hija:

 “Aquí jugaba con mis primos, aquí hacíamos nuestras posadas”




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