Por
azares del destino, que un día contaré, antes de llegar a los cuarenta años me convertí
en abuelo…
Fue
una noche muy difícil para mi hija Karina.
En esos momentos quisiéramos ser
nosotros los que estuviéramos en el quirófano y no nuestros hijos. Algo salió
mal. Una enfermera nos informo que a “el producto” se le fue liquido amiótico a los pulmones, como
consecuencia, “el producto” convulsiono al nacer y que muy probablemente tendría
secuelas muy graves de locución y/o en el sistema motriz pues el cerebro dejo
de recibir oxigeno por mucho tiempo y eso “mata muchas neuronas”, por el
momento estaría en una incubadora
especial conectado a un respirador artificial esperando que sus pulmones
se adaptaran. Lo reportaron muy grave con pronóstico reservado.
Las
horas siguientes fueron muy tensas. Larga espera en esos pasillos de hospital, donde
sentado en una silla incomoda el silencio se combina con el aroma de los
medicamentos. Horas eternas. Enfermos deambulando, doctores corriendo.
Desesperación, incertidumbre. Sangre y enfermedad. Con la mirada perdida y las manos juntas,
apretadas, en esos instantes suplicamos al todo poderoso misericordia por aquel
que sufre, por aquel que lucha entre la vida y muerte.
Después
de otra larga noche, mi hija estaba descansando en una camilla, ojerosa, sumamente
pálida, el suero conectado a una vena en su brazo derecho no le permitía
moverse mucho. Al verla trate de sonreír,
creo que no lo logre, le di un beso en su mejilla y acaricie su rostro, con una
débil voz trato de decirme lo que ya sabíamos, mas sus lagrimas se lo
impidieron.
–Ahora no hija, ahora no, solo descansa-- Le
dije mientras trague saliva.
Un
doctor me indico que le acompañara, esté, me llevo por algunos pasillos,
pasamos los cuneros, el área de incubadoras, cada vez nos alejábamos mas…
algo cimbro mi interior. Mientras
caminábamos detenidamente el doctor me describió a detalle los posibles
escenarios y el tipo de vida que tendría mi nieto (por alguna razón creía que
yo era el papa).
Por
fin llegamos a una habitación grande, había muchas “incubadoras de
especialidad” todas vacías, en ese lugar
estaba una con forma de cilindro de cristal, como de un metro de diámetro y unos
dos metros de altura, en su interior estaba mi nieto en una especie de diván
invertido, el estaba boca abajo con los
brazos y
pies extendidos, en su nariz había unas diminutas mangueras que según me
dijo el director era lo que le mantenía vivo pues aun le costaba trabajo
respirar. Allí estaba yo contemplándolo. Lo vi luchar por vivir. Toque el
cristal y en mi mente le dije:
--¡Anda
muchacho tienes que vivir!—
Como
única respuesta vi su dorso que se
agitaba rápidamente como si fura un caballo en loca carrera.
Sin
dejar de mirarlo le pregunte al doctor;
--¿Cómo
y cuando sabremos el verdadero daño y las consecuencias de esto? Dígame la
verdad, al menos para estar preparados. —
--Bueno,
ya que lo pregunta los daños a veces no son notorios al principio, será una
larga espera… no se… si se adaptan sus pulmones, le podríamos dar de alta en 72
horas, de allí en adelante como le dije dependerá de la fortaleza del niño…
habrá que realizarle algunos estudios, encefalograma, resonancia magnética,
electrocardiograma entre otros…
Suspire
hondamente, di la media vuelta y deje solo a mi nieto en esa habitación fría y
solitaria. De todo corazón le desee éxito en su primera batalla en esta vida…
Los médicos le dieron de alta al séptimo día.
Los médicos le dieron de alta al séptimo día.
Hoy gracias a Dios Leonardo Daniel tiene 7 años.
Tiene una salud envidiable. No sufrió secuela alguna.
Continuamente
caminamos juntos de la mano, trato de describirle el mundo lo mas claro
posible, siempre paciente y amable pues todo el mundo es nuevo para el, cuando
una duda es despejada siempre queda en el una cara de asombro. Pasamos largos
tiempos de convivencia sana y alegre. A veces disfrutamos de un helado o quizás
abrazados vemos el televisor. Lo más importante es que somos grandes amigos, y
por alguna razón nunca me dice “Abuelo”, simplemente me dice; “Quique” y yo le
llamo “Amigo”. Se que en tiene un gran
amor por mi
Es
ese afecto sincero y puro lo necesitare para mi verdadera vejez, es decir, en esa época en que mi mente ya no será
lucida, mis movimientos serán torpes y muy probablemente necesite una mano
amiga a mi lado para caminar, para alimentarme…
Es
común ver a los ancianos solos, abandonados, despreciados, prácticamente como
un estorbo. ¿Por que? Eso no lo se,
tampoco se a ciencia cierta como será en realidad mi vejez.
Un día somos niños, otro día ancianos.
Ser
anciano es sinónimo de experiencia, sabiduría e inteligencia.
Espero un día llega llegar a ser un gran anciano.
Ese
día… caminare de la mano de mi amigo; Leonardo Daniel.
Por
cierto, tengo otro nieto Axel Enrique, pero esa, esa es otra historia…