jueves, 16 de febrero de 2012

El hombre de negro.

Es sábado por la mañana, aproximadamente las 10.30  Ya tengo hambre. Lo mejor de ser tu propio jefe, es que puedes decidir en que momento será el “tiempo de desayunar”.

Este día decidimos hacer unos tacos. Tenia tiempo que no guisábamos “hígado encebollado”  Así que… eso hicimos.

Convivir en grupo es una de las cosas que mas me gustan, para esta ocasión nos cooperamos mi Padre "El ameza", Antonio  y Rodolfo . La verdad es que la pasamos bien, todos quedamos satisfechos pues comimos hasta saciar el apetito.

Después de unos 45 minutos noté que algo no estaba bien…

Un fuerte temblor en mis manos llamo mi atención. La ansiedad era incontrolable. No sabía lo que me estaba pasando.

Taquicardia, dolor de cabeza, temblor en la manos, dolor abdominal, nauseas… mis sospechas las confirme rápidamente pues no era la primera vez que me sucedía esto.

Solo para salir de dudas, pregunte a los que comimos, como se sentían.  Todos estábamos igual. Fuimos Intoxicados por clembuterol.

El clembuterol es usado indiscriminadamente para engordar al ganado vacuno, y esté, es metabolizado en el hígado del animal… así que… creo que nunca más volveré a comer este delicioso  platillo.

Asi que el resultado fue que mis niveles de adrenalina se dispararon hasta el cielo. Es una sensación muy desagradable. Estaba sumamente alterado. Quizás esa sea la razón por la que es una substancia prohibida en atletas, pues su fuerza y desempeño físico se incrementa considerablemente… esa tarde tendría la oportunidad de comprobarlo.

Alrededor de las 6.30 de la tarde ya estaba en camino hacia la ciudad de México, tendría que ir a la calle de Venustiano Carranza. Después del tren suburbano, habría que hacer uso del metro. Solo serian cinco estaciones; Hidalgo, Bellas artes, Allende, Zócalo y me bajaría en Pino Suárez.

Los sábados por la tarde los vagones del sistema de transporte colectivo metro no van como entre semana, es decir, puedes abordar y descender con cierta facilidad incluso hasta puedes encontrara algún lugar. Después de pasar la estación Allende, me acerque a la entrada del vagón para adelantar mi descenso. Las puertas estaban  frente a mí. Del lado izquierdo un niño, de esos que se les conoce como "de la calle" tenia unos de 13 años, vestía una  camisa negra de algodón muy sucuia , pantalón de mezclilla muy roto y visiblemente le quedaba grande pues con una mano se sostenía del pasamanos y con la otra mano evitaba que estos se cayeran, el atuendo era acompletado poy un par de tenis que obviamente no eran de su munero. A mi lado derecho, un hombre que media 1.60, moreno, vestía un traje negro con camisa blanca y corbata roja , corte de cabello a la moda, viajaba muy cómodo recargado en el pasamanos del asiento que es reservado para ancianos y minusválidos, así que de alguna forma, con sus piernas extendidas y brazos cruzados impedía el acceso a los posibles pasajeros. No importaba, no había muchos usuarios. Masticaba con la boca cerrada una goma de mascar. Con mirada despectiva miraba ocasionalmente a los demás.
En la estación zócalo el convoy hiso una breve pausa. Ocasionalmente la marcha se ve interrumpida y es el sonido del cierre de puertas, el que anuncia el reinicio en el servicio, este, es una especie de alarma que obliga a los usuarios a no tratar de abordar ni descender pues las puertas se cierran con una gran fuerza e incluso con violencia. Creo que todos respetamos ese sonido…
A punto de cerrarse las puertas una mujer pequeña, pero de una edad avanzada (quizás 60 años) intento abordar… las puertas  súbitamente se cerraron, estás,  prensaron su diminuta humanidad. La mitad de su cuerpo quedo dentro del vagón, la otra mitad afuera. El niño que estaba a mi lado con su manita intento jalar la puerta, pero fue inútil.  No teníamos mucho tiempo, en cualquier momento se reanudaría la marcha, de inmediato me acerque a las puertas, con todas mis fuerzas empecé a empujarlas a los lados, en ese instante fuimos sacudidos, pues el tren daba inicio su marcha, la mujer trato de mover sus pies para no ser arrastrada y fuertemente me sujeto de la camiza , en sus ojos pude ver el panico que sentia, la mismo tiempo el horror  invadió el rostro del niño. El hombre de negro indiferente nos observaba sin dejar de masticar su chicle y con los brazos cruzados. Abrí mis ojos descomunalmente y de mi garganta emergió un grito por el esfuerzo que hice, observe al niño que también soltó un alarido, no se si fue por imitarme o de miedo. Con todas mis fuerzas, una vez mas, jale las puertas y estas cedieron unos 40cms, el tren subitamente detuvo su marcha, la señora por fin se libero, me tomo por la cintura e ingreso al vagón, en ese momento le dije al niño -- ¡Quita rápido tus manos, pues cuando suelte las puertas se cerraran fuertemente!— asintió afirmativamente y de inmediato las quito,  en ese momento, solté las puertas, y estas se azotaron… En tres segundos todas las puertas se abrieron, ahora se que es una medida de seguridad,  no es común que las puertas sean abiertas mientras el convoy esta en marcha, es una fuerza hidráulica la que las mantiene cerradas, si el sistema detecta que son forzadas, todos los trenes se detienen para evitar una desgracia mayor.

El metro de la ciudad de México en verdad es seguro.

El hombre de negro sin dejar de masticar el chicle nos miro con desgano (al niño, a la señora y a mí)  con sus brazos cruzados nos dijo:
--¡Pinches nacos!
Sentí que mi sangre hervía, apreté mis puños y apunto estaba de reventarle la cara cuando llego un policía de seguridad:

--¡Quien abrió las puertas!— Pregunto enérgicamente el oficial.
-- ¡Estos dos!— De inmediato contesto el hombre de negro, mientras su dedo índice nos señalaba.
-- ¿Por qué lo hicieron? – Nos pregunto el vigilante mientras desenvaino su tolete, el niño temeroso se oculto tras de mi, la señora me abraso mas fuerte.

-- ¡Lo que paso es que la señora intento abordar, las puertas se cerraron, quedo prensada y como el convoy empezó a avanzar no tuvimos otra opción, el niño fue el único que ayudo!—  Le conteste al guardián del orden, mientras con la mirada quería (yo) matar al hombre de negro.

En el silencio del anden solitario, el policía con sus manos aviso al conductor que no había problema.  El guadian abordo el vagon junto a nosotros y asi se reinicio la marcha.

 Unas mujeres ayudaron a la señora y le ofrecieron un asiento. Algunos de los pasajeros con una sonrisa y moviendo afirmativamente su cabeza me agradecieron. Por unos instantes abrase al niño y le dije:

--¡Gracias, muchacho, gracias!

Con una mano (el niño) volvió a sujetar  el pasamanos  y con la otra su pantalón, mientras en su carita se dibujo una gran sonrisa. La señora tomo mi mano y con algunas lágrimas en sus ojos quiso decir algo pero… no pudo, en verdad no hacia falta, apreté su mano morena y arrugada, acaricie su cabeza y le dije:

-- ¡Hasta pronto, cuídese mucho!

Las puertas se abrieron. Había llegado a Pino Suarez. Solo dos personas, el policía y yo  descendimos. Las puertas  se cerraron.  El convoy fue desapareciendo por el túnel…

Mientras salía de la estación rumbo a mi destino, sentí una emoción indescriptible, pues nunca había hecho algo así por un ser humano, es decir, esta fue la primera vez que trate de salvar una vida, y lo logre. Lo hice con la ayuda de un niño. Mano con mano. Hombro con hombro.

Así como yo, una mujer y un niño compartirán esta historia a su manera, lo harán con emoción, con alegría, pues tiene un final feliz.

¿Y el hombre de negro? ¿Contara lo sucedido con alguien?
O quizás… solo se disculpe con sus "cuates"… que por la culpa de “tres pinches nacos” llego tarde… 

El vestido no hace al hombre. Se que el negro es elegancia y distinción.
 
Pero...  ¿Los sentimientos se pueden vestir de algún color?  Hoy se que si, pues un hombre permaneció inmóvil , de brazos cruzados, masticando un chicle, mientras una mujer era prensada por las puertas del metro, permaneció in-mu-ta-ble cuando un niño se armo de valor y trato de liberar a una mujer y... todavía los insulto pues le retrasamos su agenda.

Ese hombre tiene el alma más negra que su traje.

Con frecuencia uso el metro, así como el tren suburbano, veo miles y miles de personas.

Veo familias,  niños felices,  parejas que caminan de la mano, ancianos que caminan lento, personas que solitarias se dirigen a su destino, percibo hermandad y solidaridad.

 Veo un mundo, en donde si alguien cae, habrá  quien le brinde una mano.

Veo que el amor esta en le aire.

Este es mi mundo, el que he construido con mis decretos y afirmaciones, pues todo, es según como notros lo deseemos.

A quien no veo por ningún lado es a ese infame 

“Hombre de negro”.