Desde que tengo uso de razón amanecía
caminando de la mano de mi abuelita Teodora por las calles de La Merced.
Después de comprar las mercancías y ponerlas
en una camioneta teníamos un ritual qué consistía en ir a desayunar. Mi
abuelita y yo disfrutábamos mucho desayunar con un hombre que le decían el
chino, el era un señor regordete, güero, con grandes chinos y de estatura media. Su
negocio estaba en la privada de General Anaya esquina con circunvalación, allí
en esa esquina al pie de un edificio tenía sus cazuelas todas ellas con comida,
además en un brasero una gran olla con café y en un comal freía tamales.
Aquella mañana del 19 de septiembre de 1985
estábamos desayunando como siempre, todos los que allí estábamos sentimos algo
similar a un fuerte mareo sin saberlo, un temblor dio inició. Mi abuelita con
gran incertidumbre tomo mi mano, asustados retrocedimos hacia atrás, las
aglomeraciones eran muy visibles, los autos ya se habían detenido, la avenida
estaba llena (de personas y autos) de pronto ese mareo se detuvo y comenzó otro
movimiento muy extraño como si al suelo le estuvieran pegando, era una
vibración que sólo se puede describir como cuando una piedra entra
violentamente al agua y todo brinca, se cayeron las cazuelas con la comida, se
volteó el brasero con el aceite y se empezó a escuchar cómo se crujía el
edificio, juntos de la mano mi abuelita y yo corrimos tratando de ponernos a
salvo, de hecho el caos era general todos querían ponerse a salvo.
En la esquina de General Anaya y
circunvalación había una tienda de zapatos, la Canadá, ahí dimos vuelta en
medio del caos pues ese movimiento trepidatorio aún no cesaba, allí en medio de
la calle había muchos hombres que transportaban las mercancías, así pues toda
la gente se amontonó mientras la vibración no cesaba, empezamos a ver cómo se
desmoronaron por completo muchos edificios, como pasa en las películas con
trama apocalíptica, la nube de polvo nos envolvió a todos y se volvió muy
difícil respirar, de pronto sentí como mi abuelita se iba un hoyo, lo que pasó
fue que se abrió una gran grieta a mitad de la calle, yo alcancé a brincar y la
logre esquivar, pero ella y muchos más se fueron hacia dentro, todo era caos y
gritos, con tanto polvo no se podía ver nada y aunque ya había dejado de
temblar el caos apenas comenzaría.
Mi abuelita me gritaba y para ser sinceros yo
también le gritaba ella, me limpié los ojos, pues tenía mucha tierra en ellos,
me asomé al gran agujero y entre tanta gente pude distinguir a mi abuelita abajo
de un diablo, una especia de carretilla metálica muy grande usada para mover mercancía,
me estire lo más que pude y la jalé, al hacerlo, obviamente se raspó mucho su
cara pero logré sacarla de allí, cuando estuvo afuera vi que mucha sangre emanaba
de su cabeza y escurría por obviamente su cara, con desesperación ella me
dijo;
-- Vamos por el chino, vamos a ver si está el
chino.
Caminamos hacia Circunvalación y regresamos a
la privada de General Anaya, que relativamente estaba a unos metros, pero por tanto
polvo no se veía nada, al llegar ahí ya no estaba el edificio, se había
desmoronado, con horror vimos que ya no había nada.
En toda la Avenida Circunvalación la
circulación de vehículos estaba detenida, el polvo y los escombros por todos
lados era lo único que se distinguía. Acompañados de la mano del caos comenzamos
a caminar hacia Mixcalco para tratar de llegar a la terminal de camiones en San
Lázaro, allí abordábamos el autobús que usualmente nos traía de vuelta a
casa. Al llegar a Mixcalco supimos que había
desmoronado un edificio donde había muchas señoras que se dedicaban a la costura y
confección ropa, ellas estaban encerradas, no tuvieron la menor oportunidad de
escapar, sin embargo, había mucha gente viva adentro en medio de los escombros,
se escuchaban sus gritos y lamentos era desgarrador como pedían ayuda, nunca lo
olvidaré, a pesar que había muchas personas ahí tratando de ayudar todo era
inútil, eran toneladas de escombros, eran toneladas de dolor.
No había paso hacia dónde abordaríamos nuestro
autobús y caminamos en dirección hacia el eje central, por todo el camino se
escuchaban lamentos y había mucho polvo, como pudimos llegamos a el Zócalo,
alcé, mi vista y mire la magna bandera,
esta, no se movía, como si supiera del
dolor humano que en esos momentos México
vivía, seguimos caminando y llegamos a la torre latinoamericana,
allí el panorama era peor pues una nube de polvo gigantesca y más densa
cubría todo.
No
habían pasado ni 60 minutos y todo era destrucción.
Inmóviles sobre el eje central nos
desorientamos por unos instantes, al reconocer nuestro camino avanzamos
lentamente.
Siempre
mi abuelita era la que me guiaba, ese día por el caos ahora era yo quien casi
la jalaba.
Transitando
de frente sabía que pasaríamos por Garibaldi y llegaríamos a Tlaltelolco,
durante esa caminata los minutos fueron eternos. Pasó mucho tiempo pero al fin
llegamos a esos conjuntos habitacionales, a lo lejos distinguí que también
había otra gran nube de polvo y faltaba un edificio, sé que mi abuelita también
se dio cuenta;
“Veníamos
demasiado impactados y por alguna razón ya no hablábamos entre nosotros.”
Las ambulancias, patrullas y sirenas se
escuchaban por todos lados, los gritos y los lamentos es algo que jamás
olvidaré...
Llegamos a nuestro destino como a las 3 de la
tarde.
Durante las horas de la tarde comenzó una gran
labor de todos los mexicanos, a pesar de que toda la información transcurrió
por todas las estaciones radio pues la televisión se vio gravemente afectada,
la gente se organizó rápidamente, taxistas, la clase trabajadora, amas de casa
niños, jóvenes, ancianos, es decir todo México se unió, en solo unas horas se gesto una cara desconocida por
el mundo, una faceta que hoy nos caracteriza, ese día a las 7.19 a.m. nació en
el corazón de cada mexicano la SOLIDARIDAD.
Las filas de personas con botes que querían
mover escombros, los hombres que se despedían de sus familias y se trasladaban
al D.F. con una pala o quizás un pico, los dueños de camiones de volteo
haciendo fila para transportar escombros, las abuelitas que llevaban tortas y
café a los trabajadores, los hombres que sin saberlo trascenderían con el
nombre de “Topos”, tantas cosas que vi y que hoy al recordarlas a pesar de
tantas décadas aun me hacen estremecer
de dolor, esas escenas están vivas en mi mente y hacen que mis ojos se nublen
con lagrimas de nostalgia
Desinteresadamente ante el dolor ajeno simplemente se olvido la indiferencia, se olvidaron las clases sociales, no había
ricos, no había pobres, no había día, ni había noche, solo había Mexicanos
tomados de la mano y unidos entre sí.
Los mexicanos con todo el amor más puro y
limpio de nuestros corazones dimos otro
significado a la palabra;
“SOLIDARIDAD”
Sé que los daños materiales resultaron
incalculables, las pérdidas humanas fueron demasiadas y el dolor aun es
infinito.
También sé que verdaderamente hubo milagros,
pues rescataron de los escombros a unos niños recién nacidos muchos días
después del terremoto.
A partir de entonces, ante cualquier desastre,
los mexicanos desinteresadamente nos
tomamos de la mano, de inmediato activamos la "SOLIDARIDAD".
Desde ese día los mexicanos sabemos que si
estamos unidos podemos lograr CUALQUIER COSA.
Los mexicanos sabemos que algunas veces el
dolor es muy grande, pero nosotros somos más.
Hoy
mundo sabe que si hay un hermano caído, los mexicanos le vamos a ofrecer
ayuda para continuar, continuar juntos, mano a mano, hombro con hombro para así
poder siempre salir adelante.
A partir de ese día, 19 de Septiembre de 1985
a las 7:19 am. Los mexicanos somos solidarios.
Tiempo después la cultura antidesastre de la
mano de la tecnología dio paso a una “Alarma sísmica” un sonido que en teoría
nos alerta y nos da 60 segundos para ponernos a salvo.
Sé que este no fue el último temblor que he de
vivir, pero, pase lo que pase, los mexicanos siempre estaremos de pie, estaremos
siempre listos para demostrar, una vez más, nuestra SOLIDARIDAD.
Hay algo que algunas veces no me deja dormir, algo
me dice que en cualquier momento volverá a temblar.